Empecé este blog con 16 años y otro nombre (Dime que series ves y te diré cómo eres). En un principio solo hubo cabida para las series de televisión, pero más tarde amplié el contenido a todo aquello con un mínimo de ficción, incluso la propia vida. Decía Susan Sontag en Contra la interpretación que «en las buenas películas existe siempre una espontaneidad que nos libera por entero de la ansiedad por interpretar». Pero Carrie Bradshaw también decía en la excelente Sexo en Nueva York: «No pude evitar preguntarme».

jueves, 28 de julio de 2016

Adiós 'Looking'

Spoilers | Me resulta difícil hablar de Looking sin desviarme hacia lo personal. Hablé de ella en febrero y marzo de 2014 sobre su primera temporada. Hay una escena en la TV movie de la serie de HBO en la que se evapora toda bilis en contra de una serie que me entusiasmó sobremanera en su primer año pero provocó una inesperada indiferencia en el segundo. Es la despedida entre Patrick (Jonathan Groff) y Kevin (Russell Tovey) en la boca de metro. Kevin le pide un último abrazo (*). Patrick acepta. Kevin le da un beso en la mejilla... y otro en la boca. Le toca el lóbulo de la oreja izquierda y posa su mano derecha en la mejilla. Y adiós. Ya está. Eso es lo que quería Patrick: cerrar un capítulo de su vida. De eso trata la TV movie de Looking también. De dar carpetazo a una serie que nunca se ganó el sello HBO. O sí. Y por eso mismo no cumplió las expectativas del espectador homosexual hambriento de una ficción que le hablase de tú-a-tú, algo que la discusión entre Patrick y Brady -el novio de Richie- pone de manifiesto. No me dolió la cancelación ("cancelación"). Tampoco me dolió decirle a Ben que no viniera a España. Que no se subiese a ese avión cuyos tickets ya había comprado. Pero empecé a echar de menos Looking. Empecé a echar de menos a Ben, en cuya cocina de Durham vi el quinto episodio de la segunda temporada con la ansiedad por las nubes de un país extranjero. Con la errónea medicación y una cajetilla de tabaco LM -que fumaba desde que viví con mi señor abuelo- que me ventilé. Pocos días después, tumbados en la cama de su hermana en Caldecote -antes de que Paula nos interrumpiera para bajar a comer- estuve a punto de pedirle ser pareja y monógamos, algo que Looking -al igual que Please like me (**) o Six Feet Under también han tratado- utilizó como dramático broche a su segundo volumen. «Me hubiese gustado ver una tercera temporada», me dije allá por febrero cuando sí regresó Girls por quinto y penúltimo año. Una serie que también me ganó en su temporada debut para perderme momentáneamente durante los primeros compases de su segundo año. Contra todo pronóstico, su tercera temporada me reenganchó y a día de hoy continúa siendo mi favorita. Este capítulo final es una apuesta sobre seguro y cierra más o menos los arcos argumentales de todos sus personajes sin nunca olvidar que su protagonista siempre fue un insoportable Patrick, un espejo en el que me he sentido reflejado en muchas ocasiones. Andrew Haigh y Michael Lannan han preferido decir adiós con un buen sabor de boca tras la amargura de la cancelación. La serie me perdió al centrarse tanto en el quién-acaba-con-quién, formando un agónico triángulo amoroso entre Patrick, Kevin y Richie que degeneró en un quinteto con Jon y Brady en la ecuación. La serie no se centró solamente en la deriva amorosa de su protagonista (algo que por otro lado resulta comprensible, ¿por qué apostar por la coralidad?) sino que perdió un poco de vista a Dom (mi personaje favorito, qué bien le sienta la barbaza a Murray Bartlett) y Agustín, cuyos arcos argumentales podrían haber sido más exprimidos. Eché de menos a Lynn (Scott Bakula)... Tan sólo hay que ver a qué queda reducido el personaje de Eddie en la película. Y aún siendo consciente del patinazo de la serie, la TV movie me ha reconciliado con la serie y sobre todo con Patrick. Y bueno... hemos podido disfrutar de Doris.  

(*) ¿Quién no ha pedido un abrazo en busca de un beso?
(**)Ved Please like me, una serie a la que sí se le da bien tener un protagonista homosexual y encima crear inesperados triángulos amorosos no solo una vez, ¡sino dos!

martes, 19 de julio de 2016

La escena (semana 18-24 julio)


Aviso, spoilers de 'Tres colores: azul' y  'Copia certificada'
Diecisiete años pasaron entre la Juliette Binoche de Tres colores: azul (Krzysztof Kieslowski, 1993) y la Juliette Binoche de Copia certificada (Abbas Kiarostami, 2010), ambas versiones sujetando una taza de café. La primera para mezclarlo con un sorbete, solitaria, tras la muerte de su familia en un accidente de coche en la que ella también iba. La segunda, en compañía de un hombre que el espectador desconoce -y desconocerá tras el cese del repicar de las campanas y los créditos finales- si es su cónyuge o un completo anónimo al que acaba de conocer. Me encandila Juliette Binoche. Me recuerda a Rachel Griffiths (A dos metros bajo tierra, La boda de Muriel). Incluso a Helena. Caí rendido ante su figura vestida de Chanel en la retorcida Clouds of Sils Maria (Oliver Assayas, 2014) en la que no solo Binoche se ríe de sí misma (*) sino que Kristen Stewart y Chloë Grace Moretz hacen lo propio. Si hay algo que tienen en común Copia certificada Clouds of Sils Maria es que resultan más reconfortantes de analizar y recordar que de ver por primera vez. De eso también se trata el cine: de hacer pensar. De incomodar. Pero si hay algo que aplaudir de la obra de Kiarostami es ese giro de guion sin anestesia que se marca en el exacto ecuador de su película con un deus ex machina en forma de femme italiana. Ante el desconocimiento de la naturaleza de la relación entre los personajes de Juliette Binoche y William Shimell, la camarera da por hecho de que son marido y esposa y entabla una conversación de tú-a-tú con la protagonista femenina que resume a la perfección la dominación de las mujeres bajo el yugo machista. La conversación culmina con la femme obedeciendo las órdenes de unos clientes varones que piden más vino sin respeto alguno. Pero lo más fascinante a la par que frustrante del relato es la semilla de la duda que el cineasta iraní planta justo in media res: ¿son un matrimonio hastiado que juega a ser una pareja de desconocidos o son unos desconocidos que juegan a ser un matrimonio desavenido?

(*) Con mención meta a su participación en un blockbuster tipo Godzilla y un valiente desnudo integral.


martes, 12 de julio de 2016

El tiempo a veces perdona

Frances Conroy (Ruth Fisher) y James Cromwell (George) 
Hablemos de la muerte. De la vida. De la ficción que traspasa la realidad con técnicas narrativas que viran hacia la fantasía. O la ciencia ficción. Habréis oído hablar multitud de veces de ella. Habréis dicho de este verano no pasa sin que la vea para que dejen de dar el coñazo con que es la serie de mi vida. A dos metros bajo tierra marcó un hito en HBO junto a otras series como Los Soprano y Sexo en Nueva York. No nos olvidemos de Oz, la eterna desdeñada. O aquella que nadie vio en su momento y ahora se rescata en pack: The Wire. Six Feet Under como miembro vip de la ¿verdadera? edad de oro de las series ha tenido hijas de nuestro tiempo: Shameless, United States of TaraTransparent, Casual. Incluso The Big C. Todas ellas se erigen en torno a una familia atípica cuyo ojo del huracán puede ser el oficio, la enfermedad o la identidad de género. Jill Solloway, creadora de Transparent, reconoció la similitud entre ambas series. La también productora ejecutiva y guionista de SFU -creada por Alan Ball, guionista de American Beauty y padre de la también marciana True Blood- más tarde se embarcaría junto a Diablo Cody en aquel tour de force de Toni Collete en Showtime llamado United States of Tara que descubrió a Brie Larson, sí, la posible Captain Marvel. Pero ninguna de ellas -solamente Transparent- se acerca tanto al enigma que nunca tiene respuesta: la delgada línea roja que separa vida y muerte y en la que hacemos malabarismos todos los días. ¿Es necesario hacer una presentación de la serie? Tan solo tenéis que saber que es una familia que regenta una funeraria. Aquí dos reseñas que no hacen justicia a la serie: de 2011 y 2013.

Peter Krause (Nate Fisher) y Rachel Griffiths (Brenda Chenowith)
Six Feet Under cumplió 15 años el pasado viernes 3 de junio. Todas sus temporadas -a excepción de la segunda y la tercera que comenzaron en marzo- dieron su pistoletazo de salida alrededor del 40 de mayo. El verano le sienta bien a la serie. Una serie tan dramática y oscura con la claridad de Los Ángeles de fondo es mejor ver en época estival con menor carga lectiva o laboral. Para saborearla. Sufrirla en el mejor sentido seriéfilo de la palabra. Mi primera vez con SFU fue en 2011. Bueno, mentiría. No recuerdo cuándo pero hubo anteriormente intentos frustrados de ver el piloto. Nunca pasaba del segundo episodio hasta que lo hice la primera quincena de julio. ¡Click! No recuerdo el día. Recuerdo que volví de estar una semana en Fuenteguinaldo (Salamanca), perderme el Orgullo (aún estaba en el armario) y tener ganas de volver a ver episodios de Queer As Folk. Finalicé su primera temporada por cortesía para descubrir que A dos metros bajo tierra me hablaría también de la homosexualidad desde una perspectiva que yo pedía a gritos. A día de hoy, quince años después, el discurso (los múltiples y contradictorios discursos) de la serie continúa intacto y más fresco que nunca. Hay series que envejecen pero cuando tratas temas tan universales y atemporales, chronos no acecha, todo lo contrario: encumbra. ¿Fue A dos metros bajo tierra una adelantada de su época? Con la burbuja del remake, reboot, precuela y secuela en su punto más álgido, SFU es inmune. No hay manera de hacer una secuela (quienes-la-hayáis-visto-sabéis-porqué). ¿Para qué hacer una nueva versión cuando la original es como el vino? Los actores nunca estuvieron mejor y 63 episodios tampoco son para tanto. Eso sí, no son carne de maratón. En eso se parece a The Leftovers. Hay que dosificarla para no caer en una tonta depresión que con una ducha de agua fría se quitaría. Lo más fascinante de esta quinceañera es que uno encuentra satisfacción en su desasosiego. Uno se siente más vivo que nunca durante el visionado. Resultaría tramposo afirmar que ahora se hace cine en televisión (*) cuando en realidad se perpetúa el "séptimo arte" en la caja tonta desde que puede despertar los mismos sentimientos y en eso, SFU siempre fue una alumna aventajada. En, por ejemplo, hacerte llorar a moco tendido durante una hora con All Alone, el décimo episodio de la quinta temporada. Una hora que a día de hoy sigue estremeciéndome más que por ejemplo la famosa secuencia final a golpe de Breath me de Sia.

Mi escena favorita de A dos metros bajo tierra [4.01]